martes, septiembre 29, 2009

Monseñor Sánchez Moreno ya está con Dios y con la Virgen de Chapi

Mons. Luis Sanchez-Moreno


Arequipa
, 29-09-09 (Diarionoticias) Por Enrique Zavala

Obispo Emerito de Arequipa Fallecio ayer y Será enterrado en Cañete hasta que se termine el Santuario de Chapi, a donde su restos serán trasladados según su voluntad.

Mi celular sonó y contesté. Edwin Heredia, que había compartido muchos años con él, dijo: “Don Lucho ha muerto hace una hora”, no vi el reloj, pero debió ser cerca del mediodía. Se refería a monseñor Luis Sánchez Moreno Lira, el arzobispo que en 1996, sin que lo conociera y sin que mediara palabra entre nosotros, me había devuelto la fe.

En ese año, no recuerdo la fecha, me enviaron al aeropuerto Rodríguez Ballón para cubrir la llegada del nuevo Arzobispo de Arequipa, que reemplazaría al saliente Fernando Vargas. Llegó perfectamente vestido. Dio unas breves declaraciones que escuché, sin hacer ninguna pregunta. Luego, cuando declaraba a unos reporteros de televisión, dijo:
“Cómo puede explicarse con la razón que haya un Dios que ama a cada uno de nosotros con locura, que entregó su vida por cada uno de nosotros, eso no puede explicarse con la razón”. Esas eran mis dudas y en ese momento se despejaron. No le hablé sino hasta mucho tiempo después.


La mañana de ayer, fue su encuentro con Dios. Se venía preparando para ello, aunque amaba la vida, esa que estuvo a punto de perder de muy niño, cuando su padre, un muy reconocido médico de Arequipa, y su madre, lo llevaron a los pies de la Virgen de Chapi, para que lo curara. Así lo hizo.

En vida, había pedido que lo enterraran también cerca de la Virgen de Chapi, en su santuario. Su voluntad tendrá que esperar un poco, hasta que el nuevo santuario esté terminado. Hasta entonces, sus restos descansarán en el de Nuestra Señora Madre del Amor Hermoso de Cañete, donde será enterrado mañana.

Desde entonces, su vida fue iluminada por una fe mariana, que renovaba viniendo cada año al santuario. Los últimos, pidiéndole un poco más de vida.

No fue un cura cualquiera, bastaría con decir que fue el primer obispo del Opus Dei en el mundo, para remarcar su importancia, pero fue mucho más. Nunca pensó en ser un cura, su vida estaba marcada por vocación universitaria, había estudiado Derecho en San Agustín y partió a España para conseguir su doctorado.

En Argentina, embarcándose para partir a Europa, se cruzó con el arzobispo de Arequipa, monseñor Rodríguez Ballón, que regresaba del Viejo Continente. Él le dio una dirección que buscó y encontró. Era la casa del Opus Dei, donde conocería al mismo San Josemaría Escrivá de Balaguer.

“No quería ser sacerdote, pero al terminar la formación preguntábamos si requerían que nos ordenáramos. Me dijeron que no, pero días después, me dijeron que sí”, me contó en una conversación que tuvimos varios años después de su llegada a Arequipa como Arzobispo. En el Opus Dei, son laicos, sólo un pequeñísimo porcentaje es sacerdote.


Su verdadera vocación era la académica, ya había sido profesor en la Pontificia Universidad Católica del Perú en Derecho Civil y Canónico, cuyos doctorados cursó en España.

Tenía una amistad entrañable con monseñor Mario Busquets Jordá, quien lo había acompañado durante buena parte de su gobierno pastoral en Arequipa, hasta que fue nombrado obispo prelado de Chuquibamba.

Me gustaba mucho el jugo de manzana que invitaba a sus visitas tanto como su seriedad para el trabajo. Preparaba con escrupulosidad sus homilías, que siempre llevaba en blanco y negro, y con cierto aire a los escritos de San Josemaría.

Fueron muchas las memorables que recopiló la Universidad de San Agustín en un libro, pero especial significación tuvo la que dio en la ceremonia del 7 de junio, en la Plaza Bolognesi, ante todas las autoridades fujimoristas, donde con elegancia y sobriedad hizo apología a la democracia y al estado de derecho.

La última vez que lo vi fue hace un par de años en Andagua, que es el nombre que tiene la casa del Opus Dei en Selva Alegre. Me preguntó cómo estaba y le conté muchas cosas, creo que en sentido quejumbroso, tal vez debí aprovechar ese momento para escucharlo más y hablar menos. Pero él me escuchó a mí con extremada paciencia y cariño.

El presidente regional, Juan Manuel Guillén, me dijo que habló con él en las cercanías del 15 de agosto. “Estaba muy consciente de su situación” y le dijo que

no podía venir a Arequipa no por que no quisiera, sino porque Dios y la Virgen lo querían así. “Me dijo que se estaba preparando para encontrarse con ellos”, me contó Guillén.


El cáncer le estaba ganando la batalla de la vida, pero nunca le ganó la de la juventud. Siempre se sintió joven. La semana pasada, hizo su última travesura. Contra la prescripción médica, se levantó de la cama ayudado por un bastón y bajó las escaleras. Quería dar un paseo por la casa, en Lima, donde vivía.

Luis Sardón Cánepa, uno de sus amigos de infancia, me llamó ayer para informarme y me dijo que no sentía pena, era lógico:

cómo sentir pena por un hombre
que nos decía que después de la muerte
estaba la vida eterna al lado del Señor.


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