HOMILIA DE LA MISA CRISMAL.
Mons. Mario Busquet Jordá
Obispo de la Prelatura de Chuquibamba-Camaná
El primer significado de esta Santa Misa es que: los Sacramentos de la vida cristiana, brotan de la Pascua del Señor Jesús. Es Cristo Resucitado quien nos comunica la vida nueva e inmortal por medio de los Sacramentos.
Cercana la noche santa de la Resurrección del Señor Jesús, de su victoria sobre el pecado y la muerte. Bendecimos el Santo Crisma y los Oleos de los Enfermos y de los catecúmenos, que forman la materia de los sacramentos del Bautismo, la Confirmación, la Unción de los Enfermos y el Orden Sagrado, ya que a través de ellos se nos comunica la fuerza y la gracia del Espíritu del Resucitado.
El Obispo centro de la vida litúrgica de la Prelatura : La Obediencia
Un segundo significado de esta celebración Eucarística es que ella pone de manifiesto que el Obispo es el centro de la vida litúrgica en esta Prelatura.
Mis queridos sacerdotes no se olviden nunca que en virtud de la pertenencia a este presbiterio ustedes están dedicados al servicio de la Iglesia particular que es Prelatura de Chuquibamba, cuyo principio y fundamento de unidad es el Obispo. De ahí la importancia de que cuente en todo momento con su colaboración, consejo y filial adhesión. Adhesión afectiva y efectiva, ya que como escribe San Ignacio de Antioquia en su Carta a los Magnesios, “obedecer al Obispo es Obedecer al Padre de Jesucristo”.
De mi parte cuenten ustedes siempre con mi oración y afecto de Padre y Pastor, así como con mi esfuerzo por ayudarlos en todo lo que deba y pueda.
Renovación de las promesas sacerdotales
Otro significado es el recordar la ordenación sacerdotal nuestra.
Hoy ustedes renovarán sus promesas sacerdotales, aquellas que hicieron el día de su ordenación ante mí u otro Obispo y ante el Pueblo santo de Dios para que así se reavive en ustedes su identidad y fidelidad sacerdotal y pueda hacerse realidad en sus vidas el lema: “ fidelidad de Cristo, fidelidad del sacerdote”.
E
l sacerdocio no es un simple oficio, sino un sacramento.
En el día de la ordenación se les preguntó : ¿Quieres ejercer toda la vida el ministerio sacerdotal, colaborando con el Obispo en el servicio del Pueblo de Dios bajo la guía del Espíritu Santo?. A lo que respondieron con fuerte y firme voz: Si quiero.
Prometimos respeto y obediencia a nuestro Obispo y a sus sucesores. La obediencia es camino de auténtica libertad. Por la obediencia seguimos las huellas del Señor Jesús, somos conformados a El, que fue obediente en todo al Padre. Por la obediencia nos hacemos totalmente libres para vivir en plenitud nuestro “ser sacerdotal” bajo la guía del Obispo.
San Ignacio de Antioquia nos dirá que “Obedecer al Obispo es obedecer al Padre de Jesucristo”.
La obediencia hay que vivirla con respeto y el respeto brota del reconocimiento de que alguien tiene valor, significado e importancia para mí sacerdote, en este caso el Obispo como principio de unidad en su Iglesia Particular.
Ministros de la Palabra: Predicación
Esta Misa Crismal es para orientar las predicaciones.
También se nos preguntó si estábamos dispuestos a realizar el ministerio de la Palabra, preparando la predicación del Evangelio y la exposición de la fe católica con dedicación y sabiduría. Si, lo haré; fue nuestra pronta respuesta.
Realizar el ministerio de la Palabra supone gastar la propia vida en el anuncio del Señor Jesús, Verbo encarnado, muerto y resucitado, ya que el hombre no tiene sentido fuera de El.
El Don del sacerdocio ministerial : La Oración
La Misa Crismal recuerda la unción de las manos del sacerdote.
Desde nuestra libertad le dimos al Señor nuestras manos, que fueron ungidas el día de nuestra ordenación con el Santo Crisma, signo del Espíritu Santo y de su fuerza.
Le dimos nuestras manos para que a través de ellas y de todo nuestro ser, Jesús pudiese moldear la vida de los demás.
Nuestro sacerdocio debe estar también profundamente vinculado a la oración. La oración hace al sacerdote y el sacerdote se hace a través de la oración. El sacerdote necesita tener una sintonía particular y profunda con Cristo el Buen Pastor, el único protagonista principal de cada una de nuestras acciones pastorales.
No nos engañemos. Nuestra fidelidad y fecundad sacerdotal dependerá de mantener vivos y frecuentes ratos de silencio y de oración.
Si en esos momentos de adoración, de encuentro orante con la Palabra. Nos jugamos nuestra vocación. Y nos jugamos el futuro de la Iglesia.
Si el sacerdote ha de aceptar ese compromiso serio de ser adorador, rezador, contemplador. Cuanto más actividad, más oración; cuanto más compromiso con las periferias, más compromiso con el Santísimo Sacramento.
Cuánto más apostolado y trabajo en zonas más alejadas, más profundidad en esa intimidad con el Señor. El sacerdote en primer lugar debe convencerse: “tengo que estar buenos ratos junto al Señor, tengo que celebrar mi Misa con piedad, tengo que leer con paz, con calma mi breviario, la liturgia de las Horas”.
Y me contestarán: “no hay tiempo”, pues es la muerte de la Iglesia. Sí tiene que haber tiempo, hay que saber organizar una verdadera jerarquía en ese amor, primero Dios, siempre nuestros deberes con Dios.
“La Iglesia -dice el Papa Francisco- necesita imperiosamente el pulmón de la oración sincera de sus sacerdotes. El sacerdote tibio es el enemigo de la Iglesia, y el que vive y no corrige al sacerdote tibio es el cómplice del enemigo de la Iglesia”. Son palabras del Señor, palabras duras, claras, ¿a quiénes?, a sus preferidos, a sus escogidos, a sus más queridos, a sus privilegiados, a quienes más ama.
El testimonio de Vida : la Coherencia
El Papa nos viene insistiendo en que hay que dar testimonio, que se vea con nuestra propia vida. El testimonio no engaña, si falta ese testimonio el ir a visitar a ese enfermo, el estar delante del Santísimo, el dedicar horas al confesionario, el ir a buscar a la oveja perdida, ese cansancio del trabajo sacerdotal, ese testimonio de paciencia y buen humor, no tengo enemigos, siempre es momento de decir perdón, sonreír, volver a unirnos, fraternidad sacerdotal.
Amar la Eucaristía y la Confesión
Seamos honestos y reconozcámoslo: ¡Cuanta rutina y mediocridad!, ¡cuánta superficialidad e irreverencia se nos ha metido! ¡cuántas Misas y sacramentos celebrados de cualquier manera!
Las celebraciones litúrgicas merecen toda nuestra reverencia porque tocan el misterio de Dios, el misterio de la Iglesia y el misterio del ser humano, todo ello en virtud de los sacramentos.
La inmensa dignidad del sacerdocio lleva consigo una inmensa responsabilidad. Les pido que cuidemos la celebración de la Eucaristía, viviendo dedicadamente las rúbricas, con un recogimiento interior y exterior. Dice el Papa Francisco: “Si no afirmamos y renovamos diariamente esta realidad, corremos el grave peligro de vaciar de contenido nuestra vocación y hacer un daño terrible a los designios de nuestro Redentor”. El Papa con esa vehemencia, con ese impulso tan grande con el que está queriendo remover la Iglesia dice: “Cómo quisiera encontrar las palabra para alentar una etapa evangelizadora, más fervorosa, más alegre, generosa, audaz y llena de amor”.
La celebración de los Misterios de Cristo debe comprometer las mejores energías de nuestra vida sacerdotal ya que es lo medular y más importante de nuestro ministerio.
Al sacerdote se le pide celebrar los misterios con “piedad y fidelidad”. Piedad que significa tratar las cosas del Señor con reverencia, ternura y respeto, actitudes que deben brotar naturalmente de nuestro corazón que ama al Señor y por tanto ama “Sus cosas”. Fidelidad que es el respeto a la forma establecida por la Iglesia para celebrar reverentemente los sacramentos. La liturgia que celebrarnos no es nuestra, es de Cristo, y El la ha confiado a su Iglesia.
Unidad en el Presbiterio: Amor a la Iglesia
Finalmente quiero exhórtalos a vivir la comunión sacerdotal en nuestro Presbiterio. Les recuerdo que por la fuerza del sacramento del Orden. “Cada sacerdote está unido a los demás miembros del presbiterio por particulares vínculos de caridad apostólica, de ministerio y de fraternidad.
El Presbiterio del cual forma parte es verdadera familia en la que los vínculos no proceden de la carne o de la sangre, sino de la gracia del Orden Sagrado. Por tanto la pertenencia al Presbiterio y la fraternidad sacerdotal son elementos característicos del sacerdote que se exigen mutuamente.
Asimismo les pido a aquellos que son párrocos que tengan vicarios parroquiales o seminaristas en su año pastoral bajo su cuidado que los estimen efectivamente como sus cooperadores muy queridos y se preocupen por ellos. Esta es nuestra primera misión: Amar a nuestros hermanos sacerdotes. No olvidemos que el sacerdote como todo fiel cristiano necesita de ayuda, amistad y consejo espiritual ante las dificultades personales y pastorales para poder vivir con fidelidad la gracia de su ministerio.
Que el presbiterio sea auténtico lugar de santificación. En una palabra. Ámense los unos a los otros como el Maestro los ama. Demos el testimonio de Unidad y de la comunión para que el mundo crea que el Padre ha enviado a su único Hijo como el Camino, la Verdad y la Vida.
La Virgen María: protectora de los sacerdotes
No nos cansemos de mirar siempre a María. Especialmente a quien tenemos como protectora de nuestra Prelatura la Virgen del Carmen. Como hijos verdaderos y predilectos suyos que somos, amémosla con profundidad piedad filial, es decir con los sentimientos nobles y puros del Sagrado Corazón de Jesús. Sólo así seremos ministros humildes, pobres, obedientes y castos del Señor; viviremos la donación total de nuestras vidas a Cristo y a su Iglesia y se hará realidad en nosotros la bella expresión del Salmista: “Mirad cuan bueno y cuan delicioso es habitar los hermanos juntos en armonía”. (Sal 133).
A Los fieles que nos acompañan: Amar la Eucaristía
Agradecer a tantas personas que hoy nos han acompañado en esta Santa Misa, especialmente a las autoridades, profesores,
Y a la juventud de las diversas instituciones educativas que están viviendo de un modo especial esta Semana Santa, como quiso Jesús en su última Cena, junto a sus discípulos nos reuniéramos y nos acordáramos de Él bendiciendo el pan y el vino y cumpliendo lo que Jesús quería y les dio el poder a sus sucesores que somos nosotros: "Hagan esto en memoria mía".
La Eucaristía no es un premio para los perfectos sino un generoso remedio y un alimento para los débiles” acudamos muchas veces al Sagrario y caigamos de rodillas ante él. Es un signo de humildad y a la vez de grandeza. Que no pase esta Semana Santa sin pasar por el confesionario, limpiando todos nuestros pecados y luego fortaleciendo nuestra alma con el Sacramento del amor que es la Eucaristía.
“Les deseo a todos una Santa Semana en contemplación del Misterio de Jesucristo”.
Así sea.
.